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martes, 7 de abril de 2009

SECRETILLOS


¡Qué complicado es el amor!


El corazón nos impulsa sin remedio hacia él. Pero, en realidad, ¿qué sabe este músculo acerca de la teoría del amor?


Él nos guía a través de sentimientos e instintos. Pero ¿hay suficiente? Quizá necesites saber algo más. Quizá el amor sea una cuestión puramente sentimental; aunque lo más probable es que una pequeña dosis de racionalidad no nos venga mal.

Las estadísticas confirman que uno de los valores al alza en la mayoría de parejas es la confianza. Él y ella creen el uno en el otro. Comparten su vida, sus ilusiones, sus proyectos... Viven con la frágil certidumbre de que su felicidad es perpetua.

Las confidencias...

Para romper el hielo en el sutil arte del ligoteo, los pajarillos comienzan interesándose falsamente por la obra y milagros del prójimo. Que si estudias; que si trabajas; que si cantas; que si bailas... Pero, el verdadero aliciente es la conquista.

Si surge la chispa y la historia prospera, el interés real nacerá poco a poco. Entonces comienza el tiempo de las confidencias. En el mismo instante en que nuestro corazón intuye que está naciendo el amor se desprenden las ataduras, se deshacen los lazos, se abren puertas y ventanas, nos relajamos... Dejamos que él nos conozca y penetre en nuestra verdadera personalidad.

¡Perfecto! La verdadera unión sentimental nace del conocimiento mutuo, de la confianza y de la comunicación. Pero... ¡cuidado! No abrumes a tu pareja con un chorro de información. Intenta dosificarla.

Explicar tus cosillas está bien. Pero ya sabes que la comunicación es algo recíproco. Así que abre las orejas y prepárate para escuchar sus confidencias. Y procura ser tan tolerante con él como le exiges que lo sea contigo.

Y esos secretillos...

Sí, sí... la confianza, la comunicación, la franqueza... Eso está muy bien, pero también tiene sus límites. ¡Quizá sea mejor que ciertos secretillos no vean la luz! Él insiste e insiste: ¿cuántos amantes has tenido? ¿soy yo el mejor?... Lo pregunta incansablemente pero... ¿estás segura de que lo quiere saber?

Si piensas que tus respuestas pueden herirlo o derrumbar su ego, apúntate a la estrategia de la evasiva o, sencillamente, miente. Y ¡tranquila! Estas inocentes mentirijillas no te condenaran al fuego eterno.

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